Cuando navego siento que el río es un gran puente que me permite llegar hasta donde mis propios límites se manifiestan.
Es un camino sin marcas y sin memorias. Siempre nuevo, y siempre por descubrir.
Puedo ver, en él, su horizonte extremo y la ciudad eterna.
Puedo sentir su dulzura y su crispación atemorizante.
El río es vida y es muerte, es origen y es destino.
En otros momentos, cuando pinto las aguas de Río de la Plata, elijo escuchar Tango.
La música característica de Buenos Aires coincide con la cadencia de las olas.
Pintar se torna sencillo: sólo es cuestión de dejarse llevar.
El río existe antes de que aparecieran los humanos, y seguirá estando después.
El río no necesita de nosotros.
Somos nosotros, quienes necesitamos de él.
Conociéndolo, respetándolo, seduciéndolo, enamorándonos, no salvaremos al río.
Estaremos salvándonos a nosotros mismos.
Héctor Chiviló
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